Turno de noche (1987)

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Jerry Ciccoritti firma esta cinta canadiense con espíritu de saldo de videoclub ochentero. Al igual que su secuela, El amante sangriento, entra en la lista por los pelos. Razones para quedarse fuera no le faltan: interpretaciones chungas, un guion lleno de lugares comunes, una dirección y un montaje que flojea en ocasiones, y un acabado que le hace parecer desfasada incluso a su tiempo (¿me lo parece a mí, o eso le pasa a casi todas las producciones canadienses de la época?). Pero si hay algo cierto, es que el tiempo suele tratar mejor a los productos imperfectos como este, que a otros trabajos más formales. Todos estos defectos no dejan de tener hoy cierto encanto kitsch, lo que sumado a sus incuestionables virtudes, la convierten en una cinta reivindicable.


La fotografía de la película es una oda a todo lo bueno y malo de los ochentas: filtros rojos y azules, neones reflejados en charcos sobre el asfalto, contraluces a gogó y humo hasta en el pasillo de casa. A pesar de los errores de dirección (planos-contraplanos que no casan bien, conversaciones resueltas a golpe de paneado a un lado y otro, errores de continuidad), algunas secuencias están muy planificadas. Mucho contrapicado que junto a la fotografía, le dan a la peli un aspecto de comic muy divertido. Pero las mejores secuencias son en las que el vampiro se alimenta, quedando iluminado por luces rojas sobre fondo negro, con bonitos planos de la sangre corriendo por las tetas de las víctimas (y es que como buen producto de explotación, hay una secuencia de tetas cada cinco minutos). La música corre a cargo de Nicholas Pike, un veterano de los sintetizadores y el terror, que suena como un Jan Hammer o unos Tangerine Dreams baratos, y que da como resultado un score muy camp, con un tema principal interpretado por Steve Augeri (recordado como cantante de Journey).


El guion también guarda alguna buena idea. Por ejemplo, la que sirve de base a la película: un taxista vampiro que trabaja en el turno de noche y se alimenta de sus pasajeras (que se convierten en unas asesinas ligeras de cascos y ropa). A Stephen Tsepes, que es como se llama el vampiro, le interpreta el actor Michael A. Miranda, que firma con el nombre de Silvio Oliviero. Supongo que trataba de escapar de la “maldición del vampiro” que sufrieron Lugosi y Lee. Pero ni siquiera tuvo esa suerte, ya que su carrera se ha visto reducida a algunos secundarios televisivos. A nivel interpretativo, Miranda, que repitió en la secuela, es seguramente lo mejor de la cinta. Lo que no quiere decir que lo haga bien.
Yendo al argumento, a Tsepes se le va de las manos el tema de las vampiresas sexys, que van dejando por la ciudad un rastro de cadáveres tras cuya pista se ponen dos agentes de policía. Son una copia de saldo de Sonny Crockett y Ricardo Tubbs (también blanco y negro) que recorren todos los tópicos policiales, incluido comerse un sándwich durante una autopsia. A nivel interpretativo son lo peor de la película. Lo que quiere decir que son muy muy malos.
Por otro lado, se nos presenta al personaje de Michelle, que trabaja en la industria audiovisual rodando videoclips, lo que le da la oportunidad a Ciccoritti de cruzar el universo cinematográfico y el real con bastante buen tino (algo que le gusta mucho y que será la idea principal que sustente a la secuela). La mejor implementación de esto la encontramos en la secuencia final, cuando el vampiro se enfrenta a los cazadores en un set de rodaje imitando a un cementerio. Tsepes le espeta al grupo: “¿es así como lo imaginabais?”.


Michelle no pasa por su mejor momento. Su novio le pone los cuernos, la despiden, y a mitad de película descubrimos que solo le quedan unos pocos meses de vida. Tsepes y Michelle se conocen, y el vampiro inicia la seducción, ya que le recuerda a una antigua amante (manido recurso que vimos un par de años antes en la genial Noche de miedo). El amor se consuma tras una fiesta de máscaras que da la oportunidad de mostrar algunos otros topicos ochenteros y secuencias videocliperas (de las que hay más en la cinta). Tsepes no quiere convertirla en una prostituta vampira como a las otras, sino salvarla de la muerte y convertirla en su igual (vamos, que unas para follar, y otras para ponerles un piso). Pero la transferencia de su esencia vampírica le deja debilitado.
El novio infiel queda redimido al transformarse en cornudo, y descubre la verdad que oculta el taxista. Junto a un experto en fenómenos paranormales, al que el vampiro decapita a los dos minutos de estar en pantalla, ataca y vence Tsepes. Pero es abatido por las balas de uno de los policías antes de que pueda clavarle la estaca a Michelle, que pasa en el epílogo a adoptar el papel de taxista vampiresa.
Tal y como comenté, la película tuvo una secuela directa a video un año después cuya reseña podéis leer aquí:

El amante sangriento (1988).

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