Drácula vuelve de la tumba (1968).
Vamos con la cuarta incursión del conde Drácula (la tercera con Lee), en la que los aspectos religiosos del conde enfrentado a las fuerzas del bien están más presentes que nunca.
Vamos con la cuarta incursión del conde Drácula (la tercera con Lee), en la que los aspectos religiosos del conde enfrentado a las fuerzas del bien están más presentes que nunca.
Si Él beso del vampiro no es de las obras que mayor entusiasmo despiertan dentro de la filmografía vampírica de la Hammer, gracias a un reciente visionado me he permitido cascarle tres estrellas. Así soy yo.
La verdad es que hay fallos interpretativos graves, especialmente en el dúo protagonista; unos valores de producción nada desdeñables pero que en la secuencia final se vuelven irrisorios, y unos cambios de ritmo en el guion (a cargo de Anthony Hinds, uno de los dueños de la productora que firmaba bajo el pseudónimo de John Elder), que dan a veces ganas de pasar trozos a doble velocidad, como si se tratasen de las secuencias de diálogo de una peli porno.
Pero también hay que reconocerle escenas dignas de un 5 estrellas, así que vamos con el análisis de unos y otros.
Ocho años tardó Christopher Lee en volver a dar el «sí quiero» y enfundarse la capa de Drácula por segunda vez. La razón para tan continuadas negativas fue su temor a quedar encasillado, lo que se vio más que justificado ya que fue lo que sucedió.
Hay varios defectos que se podrían sacar a relucir a esta película, las principales de ellas referidas a la dirección de Terence Fisher, demasiado plana y teatral, y lejos de los niveles alcanzados en Horror of Dracula, Brides of Dracula y lo que andaba haciendo con la saga de Frankenstein. Pero como pienso que el Drácula de la Hammer se ha llevado ya bastantes palos (en muchos casos injustificados), vamos a pasar a lo que mola de la película.